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jueves, 14 de junio de 2007

Como la vida misma


Publicado en "www.deboedovengo.com" por Enzo Maqueira.

Uno puede ser de la ribera y ganar todo, sin dejar de recordar con melancolía los tiempos viejos cuando aquello era un club de fútbol y no una máquina de hacer millones. Uno puede ser del equipo que dio todas las vueltas y que, seguramente, la volverá a dar una y cien veces más, aunque hoy sea una sombra de lo que alguna vez fue. También puede uno ser hincha de un rojo club que perdió su reino, pero no su estirpe de campeón de paladar fino. O alentar los colores de aquel equipo que se hizo empresa y supo afrontar todas sus desgracias con el obstinado fervor de los que jamás pierden las esperanzas.

Pero uno tiene que ser de San Lorenzo si quiere saber cómo se siente estar vivo. Y no hay otra posibilidad de entenderlo, sino es viendo cómo se desgarra el tablón de una vieja cancha que todavía resuena en las calles de Boedo; o cómo se cae un grupo de hombres y queda aplastado bajo el peso de las malas dirigencias, de los técnicos de paso, de los jugadores que hacen las valijas apenas apoyan el primer botín. Porque así como llega la mala y viene toda junta, siempre soplan vientos de cambio y entonces uno tiene un cabezazo en Rosario y una vuelta esperada por 21 años; siempre aparece un ingeniero que construya una máquina capaz de subir las escaleras al cielo, con un tendal de victorias y juego bonito; siempre hay una tarde de 1993 y un estadio que se levanta en lo que alguna vez fue una laguna muerta. Y siempre hay un tiempo para un equipo triste que cae en desgracia y tiene la fe para levantarse de su noche más oscura y llenarla del brillo de un nuevo campeón.

Hay que ser de San Lorenzo para entender lo que es la vida; para entender que no se sufre siempre, pero tampoco siempre se logra ganar. Que todo cuesta el doble. Que el trabajo es el único camino posible. Que la fe es lo último que se pierde y que los milagros existen, aunque nadie sepa bien cómo, ni por obra de quién. Y que las malas son muchas más que las buenas. Y que las buenas llegan tarde o temprano y son un estallido de bronca, de euforia, de un llanto adelantado por todas las que habrán de venir. Por eso no queda más remedio que subirse al tren, abrir bien grandes los ojos, dejar los brazos abiertos y esperar que otra vez sople esa brisa distante que se convierte en ciclón. Porque San Lorenzo es el mejor antídoto contra la muerte.
Como la vida misma.

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